Os dejamos a continuación con un fragmento del libro escrito por Nick Hornby y titulado “Fiebre en las Gradas”.
Muchos os sentiréis identificados con el texto, otros probablemente no. Lo que está claro es que para muchos de nosotros el fútbol es nuestra dulce condena…
“Mi llegada a Cambridge dio lugar a las dos mejores temporadas de la breve historia del United. Durante mi primer año ganaron de calle la liga de Cuarta División; durante mi segundo año, la vida se les puso más cuesta arriba en Tercera, y tuvieron que esperar a la última semana del campeonato para eludir el descenso. Disputaron dos partidos en una semana en el Abbey: el martes contra el Wrexham, el mejor equipo de la división, y ganaron por 1-0; el sábado contra el Exeter, un partido que a la fuerza tenían que ganar para no perder la categoría.
Cuando faltaban veinte minutos, el Exeter se adelantó en el marcador, y mi novia (que había venido con su amiga y con el novio de su amiga, deseosos de vivir de primera mano la gloria y el vértigo de seguir en la categoría) hizo rápidamente lo que yo siempre había supuesto que suelen hacer las mujeres en momentos de crisis: se desmayó.
Su amiga la llevó al puesto de primeros auxilios. Mientras tanto, yo no hice otra cosa que rezar en silencio para que llegara el empate, como así ocurrió, seguido minutos después por el gol de la victoria. Solo cuando los jugadores descorcharon la última botella de champán frente a un público jubiloso empecé a sentir remordimientos por la indiferencia que manifesté antes.
Había leído hacía poco un libro titulado The Female Eunuch, que me causó una honda y duradera impresión. Sin embargo, ¿cómo iba a mostrar mis simpatías con las mujeres oprimidas, si no eran dignas de ninguna confianza, si no sabían permanecer de pie durante los últimos minutos de un partido desesperado, en el que nos jugábamos el descenso? Asimismo, ¿qué se podía hacer de un hombre como yo, al que le preocupaba mucho más ir perdiendo por 0-1 contra el Exeter, equipo de Tercera División, que el estado en que se hallase una persona a la que sin duda quería mucho? No creo que ni lo uno ni lo otro tuviera remedio.
Trece años después me sigue avergonzando mi reluctancia, mi incapacidad a la hora de prestarle ayuda, y la razón por la que me da vergüenza es en parte la conciencia de que no he cambiado lo más mínimo. No quiero tener que cuidar de nadie mientras esté en un partido de fútbol; mejor dicho, no soy capaz de cuidar de nadie mientras esté en un partido de fútbol.
Ahora mismo estoy escribiendo cuando faltan unas nueve horas para que el Arsenal se enfrente al Benfica en partido valedero para
Sé que estas preocupaciones vienen dadas por el noño que hay en mí, el cual se le permite rebelarse y salirse por la tangente cuando hay un partido de por medio: ese niño sospecha que las mujeres siempre se desmayarán en un partido, que son débiles, que su presencia en un estadio a la fuerza terminará en desazón o en desastre, aún cuando mi compañera haya estado en Highbury unas cuarenta o cincuenta veces sin dar ninguna muestra de hallarse al borde del desmayo. (A decir verdad, soy yo el que ha estado a punto de desmayarse en unas cuantas ocasiones, sobre todo cuando la tensión acumulada en los últimos cinco minutos de una eliminatoria de Copa me oprime el pecho y me dificulta el riego sanguíneo del cerebro, caso de que eso sea físicamente posible; a veces, cuando marca el Arsenal, veo literalmente las estrella- bueno, veo pequeños estallidos de luz-, y dudo mucho que eso sea señal de gran robustez física.)
Claro que eso es lo que me ha hecho el fútbol. Me ha convertido en un individua que no arrimaría el hombro si su novia se pusiera de parto en un momento imposible (más de una vez me he preguntado qué sucedería si me tocara ser padre el día que el Arsenal jugara una final de Copa). Mientras se disputa un partido, soy un crío de once años. Cuando describía el fútbol como retardante, lo decía muy en serio.”
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